La diosa de espaldas

Por Maridel Garcia








"La diosa esta de espaldas. De espaldas sellando su propia cueva.
Con los brazos serpentinos por encima de su vientre..."




Separados en el tiempo como estamos del tejido vivo de la sociedad teotihuacana de los primeros siglos de nuestra era, enfrentados a los restos silenciosos de su arquitectura y a los vestigios de su pintura mural y ceramica, es tarea ardua reconstruir el papel que desempeña su iconografía, hallar el hilo conductor de sus mitos, desentrañar el sentido de los nombres de las deidades y los nombres mismos, saber las implicaciones de las representaciones de los personajes.

Sobre los muros y pisos de los complejos habitaciones y los recubrimientos de las construcciones, las imagenes ejercieron sus dictados. Exponerse a ellas visualmente era sin lugar a dudas, hacerse teotihuacano, de la misma manera que hoy, al exponernos a la arquitectura de nuestros espacios vitales nos hacemos ciudadanos de mundos que comparten los mismos valores y contra valores.
La actividad de las geometrías urbanas sobre la piel humana, mensaje directo al cerebro, ayuda a construir y a vivir un proyecto de civilización. Entender y describir el proyecto teotihuacano de hombre y de sociedad a través de los restos de su propio proyecto iconográfico es la tarea que hoy nos desvela.

Y nada más propio que desvelar o quitar los velos a una de las figuras que más interpretaciones ha desatado desde que Teotihuacan y lo teotihuacano se convirtieron en asunto de estudio: la figura principal del llamado Tlalocan de Tepantitla.


¿EL O ELLA?

Se trata de un hombre. O mas bien, de una mujer. Se trata de un sacerdote pero quizá lo más apropiado es que se trate de una diosa. Se trata de la personificación de un fenómeno natural o más bien de la Naturaleza misma.
Se trata de alguien que se ha visto de frente cuando quizas está de espaldas, de una figura cuyo rostro se ha intentado develar porque siempre ha traído una máscara en la espalda, que se ha enmascarado cuando creíamos que contemplábamos su rostro dispuesto en lugar extraño por las convenciones del pintor, de alguien o algo que no ha cesado de derramarse desde que fue aprehendida o aprehendido en los muros, cubierto por escombros y descubierta, desintegrado y vuelta a recomponer en rompecabezas intrigante y meticuloso.

No es banal ni caprichoso que en el párrafo anterior juguemos con los géneros, que nos desplacemos de las geometrías angulosas de lo masculino a la ondulación femenina, del cielo del guerrero a la cueva de la paridora, de la “o” a la “a”, de “él” a “ella”... Ella o él se nos ha escondido y nos ha engañado, él o ella ha sacado las uñas y las ha guardado, ha actuado como un maestro y como una maga. Como un sacerdote y como una diosa. Como una madre y como un hacedor de tormentas.

Es esa figura. Ese icono. Esa imagen que derrama fecundidad en Tepantitla sobre los habitantes del llamado Tlalocan. Esa imagen ha sido ante los ojos de quienes la han intentado descifrar el Señor de las tormentas, el vino de la tierra, el Tláloc, la personificación de la cueva, la diosa de la fecundidad, la Xochiquetzal, la Chalchiuhtlicue, la Cihuacóatl, la Teteo Innan.
Persistente como su máscara ha vuelto a ser Tláloc, porque tiene orejeras y está rodeada de agua y en algunos sectores del mural se miran transcurrir los tlaloques sobre las serpientes de agua.


EL SEÑOR DE LAS TORMENTAS

La deidad que predomina en los hallazgos teotihuacanos es, sin lugar a dudas, Tlaloc. ¿Tláloc? Llamémosle así por el momento, aunque conscientes de que los nombres del Posclásico no corresponden necesariamente a los del clasico.
El nombre náhuatl, por sus raíces designa a la entidad divina acostada en la tierra: tlalli-onoc. Sus rasgos distintivos son las anteojeras, la lengua bífida de serpiente y los símbolos de fertilidad y de agua que con frecuencia se le asocian: conchas y caracoles.
Su presencia se extiende e involucra sobre todo el ciclo agrícola: custodia las semillas del mantenimiento, envía la lluvia, el relámpago y la fertilidad. Su culto entre los mexicas exigía el sacrificio de niños de rostro mojado por las lágrimas. Entre los teotihuacanos, el hallazgo de esqueletos de infantes en la llamada piramide del Sol podría remitir a la Ciudad de los Dioses el origen de esta peculiaridad dramática de su culto.

¿Cómo llamaban los teotihuacanos a la deidad de la lluvia, la fertilidad y el relámpago? ¿Cómo se referían al rostro esquematizado en las vasijas que hoy se llaman vasijas Tláloc? Volvamos a la imagen que nos ocupa. Por años largos se le identificó con Tlaloc. Están las orejeras, la nariguera que sugiere colmillos y los elementos acuáticos inconfundibles. Verdad es que sus ojos romboidales son atributos del viejo dios del fuego. Y de que no están ni el tocado con el moño ni las anteojeras ni tiene el labio superior enrollado. De sus manos cuelgan gruesas gotas como fecundas mamas que parece van a romperse en promesa vital imperecedera. Actitud corporal abierta, de donante, de cara al espectador, al teotihuacano que miraba y al moderno que mira. Figura frontal, tal vez imagen de culto como la calificó Kubler, privándola de la oportunidad de ser una deidad. Manos abiertas, palmas francas, con las uñas bien delimitadas, con la seguridad de una escritura que va a ser leída.

¿Uñas? ¿Palmas? Si esta de frente, ¿cómo puede mostrar las uñas? ¿Y por qué los brazos se disponen a la altura de la nariguera colmilluda como si se tratara de un crustáceo y no de un ser humano?
La postura de las manos nos lleva, junto con René Millon, a considerar que la figura está de espaldas y que en el torrente simbólico de ese su dorso lleva incrustada una máscara con las orejeras y los colmillos y los elementos acuáticos inconfundibles, del mismo modo como en el caudal de la serpiente del Templo de la Serpiente Emplumada se incrustan las cabezas del rostro interpretado erróneamente como el de Tláloc, como han señalado tanto Karl A. Taube como Saburo Sugiyama.

“Saburo Sugiyama y yo creemos que la segunda cabeza es un tocado o un casco. Basándome en imágenes y textos del Clásico maya que se refieren a esta criatura teotihuacana, creo que la cabeza es un caso con mosaicos de cocha que muestra una serpiente sobrenatural estrechamente ligada a la tierra. Como se verá más tarde, la serpiente emplumada teotihuacana aparece a veces con un tocado sobre el cuerpo”.

El incómodo crustáceo que llamábamos Tlaáoc se agiganta, crece hasta la altura de su penacho, oculta el rostro y libera la máscara que tal vez sea un tocado. Hay que mirarlo mejor, hay que pararse de puntas y arquear las cejas y liberar el ojo para escrutar ese signo vuelto de espaldas.

Otra vez las manos. Otra vez las uñas. Teñidas cuidadosamente. Religiosamente teñidas. Como hoy se las tiñe una mujer. Como hace dos mil años se las tiñó una mujer. Como hace dos mil años se las tiñó un hombre, un hombre que fuera sacerdote o que fuera dios o una sacerdotisa o una diosa. Sin asirlos, la figura sostiene un caracol seccionado en cada mano. De ahí manan las enormes gotas, ocho en cada lado. Los brazaletes añaden ornamentación y riqueza al icono. Las mangas –único elemento textil de la figura- descansaron en el muro con la confianza de la tela que envuelve y se derrama sobre el cuerpo.

La mascara con algunos de los atributos de Tlaloc esta decididamente en la espalda de la incsgnita. Se hace dial?ctica la mascara. Lluvia pero tambi?n fuego, ?no es ese par de “ojos” romboidales atributo del viejo dios del fuego? ?No esta decididamente relacionado el signo con el arquetipo de lo temporal –el s?mbolo del a?o- representado y vuelto a representar en los espacios teotihuacanos? Es dial?ctica la mascara. Sintetiza opuestos. Sin moverse, se mueve. Es otro tipo de fuego porque es otro tipo de agua. Es el agua quemada y la llama acuosa, el torrente en el anafre, quiza el impulso el?ctrico vital serpeando en los torrentes h?medos del cuerpo. Serpeando.


LA SERPIENTE Y EL AVE

Es insistente el mensaje en los muros teotihuacanos. La serpiente campea, ondula, remite a la riqueza de la tierra –los verdes campos de ma?z reptantes al viento como un inmenso animal tornasolado-. Tratese de la que ondula en el templo de la Serpiente Emplumada constelada de penachos que guardan relacisn con la estructura del a?o, la que se desparrama en colores en el patio principal de Zacuala o la que hace reptar sus plumas en el insslito mural de los animales mitolsgicos.
O, volviendo a la entidad que nos ocupa, la estructura serpentina que sugiere el agua que se derrama por entre los colmillos de la mascara y la ondulacisn horizontal que dibujan los brazos de las u?as pintadas que prodigan gotas en generosidad incansable. Los ojos romboidales del fuego que se disponen sobre una estructura parecida al geom?trico anafre de Huehuet?otl miran fijos sobre la espalda de la figura. Detras de los brazos, un torrente rubio que acaba componer un ropaje que sobre esta estructura cuajada de s?mbolos se convierte en escenario. Vestido tipo teatro, como el de los incensarios.

Trompe l’oeil, enga?o que depositaba en los brazos del hombre de la calle teotihuacano un corpus de verdades fundamentales. Enga?a el ojo porque parece la peluca de la mascara y porque constituir?a una vaina dorada del rostro que jamas veremos. Enga?a el ojo porque las orejeras de la mascara visible estar?an a la altura de los hombros de la figura de espaldas a guisa de dos redondos sujetadores de la capa cuajada de s?mbolos.
U orejeras, s?, pero situadas en la orilla de los lsbulos del rostro que jamas veremos y que por su tama?o descansar?an sobre los hombros. Por sobre ?stos, la nuca se corona con un soberbio penacho. El ave: quiza lechuza, quiza aguila, quiza loro, quiza quetzal, quiza ninguno de ellos y solamente pajaro teotihuacano, arquetipo y s?ntesis del movimiento y el vuelo, con el pico colocado a la altura de la coronilla del rostro que jamas veremos. Ave siempre sim?trica, perfil y frente simultaneos, contradictoria y clara: teotihuacana. Las plumas se “derraman” hacia arriba como las gotas de agua por abajo, sobre una estructura cruciforme que remite al signo meta mesoamericano del movimiento, revelando la identidad de sus estructuras simbslicas, la complicidad de su metafísico genoma. Otra mascara que cubre las espaldas de la... ¿Diosa?, que distrae con su mensaje, que no cesa de decir, de mostrar un dinamismo inagotable y serpentino.
Por encima del penacho, ese dédalo de ramas o de corrientes o de galerías aéreas cercado por el vuelo de las mariposas y por la eclosisn de las flores. Esa fecundidad, esa abundancia es alimentada por el fuego y por el agua, por la llama que arde en los ojos romboidales de la mascara tipo anafre y por el agua que se derrama de la misma y de los brazos serpentinos rematados con las manos que muestran el dorso.


LA DIOSA SERPIENTE



Brazos serpentinos... Postura que ondula de la misma manera que la serpiente ondulante de las alfardas del Templo de la Serpiente Emplumada, del mismo modo ondulante de la del Patio Principal de Zacuala, como ondulan las serpientes del mundo y sus geom?tricas herederas, las grecas.
Brazos serpentinos. Postura corporal facilmente reproducible. L?nea ondulante que sugiere una letra y remite a cultos ancestrales. La serpiente y sus sacerdotisas. La serpiente y sus diosas. Siempre de signo femenino, tal vez con algunos atributos de la masculinidad. Salvando las distancias, los brazos de la figura se parecen a los de la estatuilla de la sacerdotisa minoica de las serpientes. En esta cultura mediterranea, el culto de la serpiente estaba asociado al culto de la tierra, al poder ctsnico y a las estructuras de lo femenino. La serpiente cambia la piel en su c?clico y natural ritual de renovacisn.
Cíclicamente la mujer renueva su capacidad reproductora con la menstruacisn. En la cultura teotihuacana la serpiente es femenina y es masculina. Femenina en la representacisn de la figura de Tepantitla que nos ocupa, en sus brazos ondulantes que sugieren el movimiento del ritual. Masculina en la mascara con ciertos atributos de Tlaloc, en los ojos romboidales del anafre. Pero fundamentalmente femenina: diosa magn?fica y generosa y terrible: Diosa Serpiente pues sus brazos la delatan.


NUESTRA SE?ORA DE LA CUEVA

“She and the Storm God are the major deities of this realm” (Esther Pasztory)˛

Uno de los procesos arqueológicos mas fascinantes de los ?ltimos a?os es el que ha revelado la existencia en Teotihuacan de m?ltiples cuevas naturales. Esto llevs a postular la nocisn de inframundo como parte integrante no solamente del paisaje natural sino del paisaje espiritual teotihuacano. La geografía adquiere connotaciones de sagrada, de tierra perfecta, de patria que mejor habría que calificar como matria porque su signo es femenino.

El dédalo de cuevas, el río San Juan, el complejo de lluvias y secas que nutrieron el casi milenio teotihuacano, los terrenos planos y las cumbres como el Cerro Gordo convirtieron a Teotihuacan ante los ojos de los teotihuacanos en un lugar arquet?pico.
Si hablamos de paraíso la palabra posee connotaciones judeocristianas ajenas al concepto teotihuacano. Pero la geograf?a y los fenómenos meteorológicos y la manera que el hombre teotihuacano ten?a de aprehender éstos conforman un complejo que tal vez expresaría mejor que la palabra española paraíso la palabra náhuatl Tamoanchan. Tic temoa ochan, como glosó Sahagún-: “Buscamos nuestra morada”. Sitio de totalidades, de armonía entre los opuestos, de abundancia no exenta de crueldad, de agua que es fuente y cascada pero también lágrima y muerte. Geografía vista como vientre, como cuerpo, como Madre, como Diosa.

Su jeroglífico más perfecto es la Diosa de Tepantitla. Su enigmático cuerpo aparece sobre una estructura en la que abundan el agua y sus criaturas. Otra estructura en forma de cueva aparece llena de semillas y de promesas vitales. No tendría nada de sorprendente que la ubicación de la cueva correspondiera al vientre de la diosa vuelta de espaldas.

De la mano de esta consideración pasamos a contemplar a la figura de la Diosa de Tepantitla como un microcosmo cifra del macrocosmos. El cuerpo de la deidad es el cuerpo del mundo que es el cuerpo del hombre. Como apunta Carlos Viesca en su estudio de medicina prehispánica:
“El cuerpo humano es considerado como una versión en miniatura del Universo, correspondiendo el diafragma a la superficie de la tierra, las areas del corazón y el hígado a las regiones pertenecientes a ella, y todas las estructuras que van de allí al vértice del cráneo a los cielos, siendo denominada la cabeza ilhuícatl (cielo) mientras que el abdomen, la pelvis y los miembros inferiores representaban los pisos del inframundo”3

Ese abdomen, esa pelvis y esos miembros inferiores son en el icono que nos ocupa, la cueva, coronada por un techo de línea también serpentina, como la de los brazos de la diosa. En ese inframundo las corrientes de agua representadas remiten al concepto nahuatl de in atl in tepetl: En el agua y en el cerro: la ciudad, la morada propia de hombres, Tamoanchan también, el útero suprahumano con sus aguas misteriosas, preñadas de vida: Teotihuacan de signo femenino, donde los hombres pueden convertirse en dioses.

Dice Esther Pasztory que “en sus pintados complejos departamentales, la gente de Teotihuacan estaría viviendo en este paraíso en la tierra que era, literalmente, el cuerpo de la Diosa” 4. El teotihuacano garantizaba su alianza con el mundo a través de la contemplación de estos motivos iconográficos que le aseguraban que no había cesado de vivir en el origen: la cueva es el vientre de la Madre que asegura los mantenimientos y sintetiza los opuestos: el agua y el fuego; lo femenino y lo masculino; la vida y la muerte.

La figura está de espaldas. Sobre su espalda, una máscara nos mira. Ella, la Diosa, voltea su rostro al lado de la realidad que no vemos, a la entrada a la matriz del mundo: de donde sale la vida y a donde llega la muerte. Él, el Dios colocado en la espalda, ofrece a nuestra mirada parte de sus atributos: mitad agua, mitad fuego. Nos mira con su jeroglífico: agua quemada, dialéctica, guerra. Le guarda las espaldas a la diosa y lanza a marejadas su esencia de tormenta. Los dos –ella y él, él y ella- se encuentran en la cueva, se enredan con las estrellas que son caracoles seccionados, con las flores, con los granos, con las semillas. Se enredan con ellos y al mismo tiempo son ellos. Todo se fecunda y se encadena: del agua subterranea, de las venas de la tierra a las coronas vegetales; del agua superior que las renueva al fuego que ca?do del cielo en forma de rayo las nutre, y que expulsado de la tierra las destruye y fertiliza. Todo se encadena y asciende, ondulando como serpiente: de los ojos romboidales que son fuego de la tierra y del anafre, a los ojos hipnóticos del ave que también nos mira, de las pequeñas raíces de plantas y flores que crecen a ras de tierra hasta las vigorosas ramas entrelazadas del arbol que acaba de dar sentido a la diosa de espaldas.

Ésta se superpone al tronco arbóreo que la corona produciendo en conjunto una poderosa imagen que remite a la simbólica del centro. El árbol con sus ramas entrelazadas en curvas serpentinas es el eje del mundo que pone en relación los diferentes planos

La diosa está de espaldas. De espaldas sellando su propia cueva. Con los brazos serpentinos por encima de su vientre. Porque ella es la cueva: es el agua tibia y el útero, el fuego de las entrañas, el campo rubio del maizal maduro y el tremolar de ave de las mazorcas que parecen el cuerpo de pluma de la serpiente terrestre. Es la Diosa, es la Madre, es la Señora de la Abundancia, el manto del mantenimiento, la piel de la Tierra y la garantía de la alianza. He ahí, en el muro del llamado Tlalocan de Tepantitla no al Señor de las Tormentas, sino a Nuestra Señora de la Cueva, que no es solamente lluvia ni solamente fuego sino la síntesis que se traduce en fecundidad, abundancia, apetecida seguridad de la continuidad de la vida, de su comienzo y de su retorno.

1 Taube, Karl A. LA SERPIENTE EMPLUMADA EN TEOTIHUACAN. Arqueología Mexicana. Vol IX. No. 53. enero-febrero 2002. p. 37.
2 Pasztory, Esther. TEOTIHUACAN UNMASKED. Teotihuacan: City of the Gods. Edited by Kathleen Berrin and Esther Pasztory. Thames and Hudson. The Fine Art Museum of San Francisco. 1993, p. 55.
3 Viesca, Carlos. LA MEDICINA PREHISPANICA.
4 Pasztory, op.cit., p 55 (Traduccisn de la autora)