Kali, la Negra
Es la Oscura, la Negra, la Suprema Diosa de los hindúes.
La consorte terrible de Shiva. El otro lado de la blanca y suave Parvati. La que incita a Shiva a batallar, a destruir, a contraponer.
Sus apodos y su imagen causan espanto. No cabe esperar misericordia de esta diosa. Es Kapali, la que viste un collar de cráneos.
Es Chandi, la sin par formidable. Es Karali, la aterradora.
Pero también es Kumali, la Virgen y Vijaya, la Victoria.
Su risa es feroz. Su danza es frenética, loca, insana.
Kali amenaza la estabilidad, el orden. Es la Tempestuosa. La que no tiene miedo. Es el Miedo. Los demonios la temen y cuando osan retarla huyen presas de pánico ante la danza sangrienta de la guerrera en el campo de batalla. La sangre la embriaga y tras derrotar a los demonios continúa su frenesí de destrucción del mundo al que supuestamente protege.
No nos engañemos. Kali es todas. Kali somos todas. Al menos en parte.
Los mitos la presentan separada de Parvati, fuera del cuerpo de la dulce mujer. Pero es la mujer. La dimensión peligrosa del eterno femenino. La oscuridad y la ira.
Los griegos, esos indoeuropeos, cubrieron la serena imagen de Atenea con la égida, el escudo de piel de dabra rematado con la cabeza de la horripilante Medusa.
Esa mujer de cabellos de serpiente, embrazada por la virgen guerrera, significaba el terror de la muerte, el viento de pánico que sopla sobre los ejércitos, el estruendo y el silencio inaguantables de la guerra.
Kali toma parte en la batalla y en ella se crece, convirtiéndose en el único rostro posible de la guerra: sangre en los labios inmisericordes.
Cuando Shiva realiza su danza de destrucción, la serena Parvati acude a calmarlo. Pero su otra mujer, Kali, lo anima a crecer en su locura. El bailador divino es sobrepasado por la danza de la Negra y modera sus ímpetus destructivos para intentar serenar a Kali.
Su collar macabro nos transporta irresistible a otra oscura deidad, ésta mesoamericana. Coatlicue: la de la falda de serpientes y collar de manos y corazones humanos. Tampoco conocía la piedad y es también señora de belleza terrible.
La Negra Madre Tierra, la Negra Kali, tiene el pelo largo y suelto y como Shiva, posee un tercer ojo de flama en la frente. En ciertas representaciones tiene 4 brazos: uno de ellos sostiene un arma; otro, la cabeza sangrante de un gigante; las otras dos manos están desnudas y bendicen a sus fieles.
Sus devotos la veneran, pues la Destructora les revela la esencia última de su condición mortal: la Oscura no solamente destruye a los demonios, sino que es la vencedora de la propia Muerte.
Fotografías
Juana Amaya, por Rafael Manjavacas Lara
Cortesía de Deflamenco.com