El Pepenador
Juan Carlos García
En el México de los sesenta pasaron cosas que se me cosieron a la chaqueta de diario
y no hay quien las arranque.
En Tepito vi a un Pepenador junto a la puerta de una maloliente pulquería.
Estaba de espaldas contra la pared, como un Cristo agarrado de los barrotes de una ventana y
como en un alto carrusel que daba vueltas.
Era un Diego Rivera viviente, o quizás agonizante.
Con ojos desorbitados miraba el tráfico frente a él y de momento, con un grito
que nos dejó a todos suspendidos en el aire, dijo:
-Detengan esta chingadera, que me quiero bajar.
En pocos segundos y tras algunas risas, todo tomó su curso.
Yo estuve la noche de ese día en la mansión de los Azcárraga contratado para
una fiesta que Don Emilio dio a los corredores de Fórmula Uno y recuerdo que nos ubicaron en
un rincón cualquiera de la casa.
Te juro que tratamos y tratamos de hacer un corrillo y de llamar la atención.
Cantamos hasta fandangos en chino.
Pero no había forma.
La fiesta fue degenerando de pachanga a desmadre y las botellas de La Viuda y de Cristal
comenzaron a usarse como en podios de las carreras y todos fuimos bendecidos por el caro líquido
mientras una creciente rebeldía se iba apoderando del grupo de artistas, que no queríamos
otra cosa más que marcharnos.
Fue entonces que comprendí al Pepenador.
Yo también querí bajarme de aquella chingadera y salir de allí y lo logramos.
A pesar de las amenazas de no cobrar, y de las promesas de deportación del menor
de los hijos, nos bajamos.
Llegamos a la cafetería que eestaba al pie del Terraza Casino.
Allí estaban de fiesta Manolo Muñoz, Mona Bell, Lola Beltrán, Borolas y un
flaco llamado Marco Antonio Muñiz.
Ya casi nos íbamos cuando apareció Lola Flores, terminada su actuación en El Patio.
Amiga míam te diré que el "Güero" dueño del cafetí,n cerró la puerta
como previniendo lo que iba a pasar y que por supuesto, pasó.
La juerga fue de alquilar balcones.
Al rato llegó Paco Michel, que traía consigo a Los Panchos del Terraza.
Yo no sé si alguien en México sabe qué clase de guitarrista era el Güero Gil, pero entre
él, El Pescadilla y yo, bordamos la noche.
Allí hubo mucho, pero mucho arte, porque cantábamos para nosotros.
Hablábamos todos el mismo idioma y entre una y otra queja de amor, sali´a un quejido de rabia,
y nos desquitamos del desprecio y de la ignorancia y el Duende esa noche fue el pobre Pepenador.
Con sus calzones blancos, con sus huaraches gastados y su lazo de mecate volaba entre nosotros viendo
a sus ídolos. A aquellos rostros familiares que sólo veía en las marquesinas del Teatro
Blanquita o tal vez en los sueños del pulque.
Quiero pensar que fue aquel desamparado el que nos bendijo esa noche.
Ese indio, descendiente de una raza impecable de reyes y dioses, fue el que nos dio ese momento de venganza.
Esa madrugada, entre el jerez y el tequila, hicimos una serie de juramentos de venganza que gracias a Dios no se cumplieron.
México fue una gran escuela para mí. Entré por la puerta grande y estuve en el momento preciso.
Gracias a México y a su gente mi concepto de América Latina se concretó en algo tangible.
El mexicano es antes que nada, raza. Después es artista (en lo que haga) y luego, es sagaz y desconfiado.
A mi modo de ver es un sobreviviente nato y con todas esas cualidades...es muy difícil ser humilde, ¿verdad?
Gracias por tus hermosas frases llenas de conocimiento del ser y del alma.
Sé que tus mensajes llevan un ansia de búsqueda. Ese Duende que tanto te inquieta, es el que se
siente en esos arranques de vehemencia, cuando las frases se agolpan en tus sienes porque hay algo que decir...
es como ese pellizco que tiene el cante. Es como el peligro de enamorarse a pesar de estar enamorado.
Salud y muchas madrugadas.
Vamo' allá!