Errantes
Ostelinda y Adonai


Manuel Reyes



A D. Antonio Hernández Murrieta

Todos dormían. Ella se quedó un rato junto a la candela. Rememoraba el día en que llegó la caravana del tío Andrés. Venían de lejos y decía que llevaban un largo viaje. El tío José tenía referencias de su gran caravana. Con gran placer hablaron en 'kaló' y bebieron mientras las mujeres preparaban distintos guisos de caza.
Odre tras odre la gente se fue animando y pronto empezaron a cantar y bailar.
Embelesada en la Luna, Ostelinda va recordando cuanto aconteció aquella noche en la fiesta. Desde el primer momento Adonai no dejó de poner los ojos en ella, y en la juerga quiso significarse con su cante, unos tientos pausados cuya cadencia producía momentos de exacerbación, consiguiendo de mozas y casadas ostensibles movimientos de caderas.
En ocasiones tuvo Ostelinda la sensación de que las letras hacían referencia a ella y las rememora:

"Esa gitana me gusta
y ella lo sabe,
y ella lo sabe.
Mis ojitos le preguntan
y ella contesta con sus acais
con sus acais...
Estoy haciendo un castillo
en el cielo de la noche.
Vente gitana conmigo
y tú le pones la torre".

Unos días, la abuela observó a Ostelinda muy intranquila. Desvelada, esperó que se acostara susurrando:

"No te dabas cuenta, mi niña,
que la espiga de tu cuerpo se doraba;
pura harina de mujer en duro afrecho
a la espera de la siega enamorada".

Ostelinda recuerda la galana presencia de Adonai, sus rizos, sus ojos, su porte, la indumentaria llena de adornos con botonadura de oro y de plata. En momentos de vacilación acude a las palabras de promesa: "volveré por ti"; ello la afianza y le hace estar en la recordación ilusionada. El decir de Adonai era entrante, vulnerador:

"Todo en ti se da insólito,
tus ojos de hondura, tus labios borbotantes,
tu piel morena ondulada de empujes,
el halo de tu sangre en exotismo...
Regalarte collares y pulseras.
Obsequiarte zapatos y zarcillos;
que presumas de ti yendo a mi vera,
cuando al fin tu presumir sea sólo mío.
Que todos te miren, que te admiren.
Que suscite tu presencia mil anhelos.
La belleza de tus ojos, tus jazmines,
tras lucirlos han de ser pa' mi deseo.
Es tu piel de ébano, de trigo,
tus labios de fresas, de cerezas,
tu cuerpo bandeja de racimos".


En la madrugada, el silencio busca el arrullo, la caricia, el beso... Ostelinda sospecha un beso de Adonai. Tiernamente le dice:

"Amor gitano:
Amor de miradas
y de besos blancos,
que aguardan,
que aguardan.
Tú tienes la llave;
amor mío no abras,
amor mío no abras.
Un beso solo, primito,
que la pasión tienta,
que la pasión tienta.
Quiero dejar de ser moza,
y regalarte mis rosas
con los gitanos en fiesta".


Alboreando, el Tío José y el Tío Andrés evocaron cosas del pasado con cantes íntimos y hondos:

"Andar y andar es mi sino,
cada día una 'jorná'
¡Qué larguito es el camino!,
¡Ay! Que nunca le veo el final".


En duermevela, Ostelinda no sabe el porqué de sus lágrimas.



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