María Antonia, “La Morris”





“De repente... me quedé sola...”

Los ojos negros de Maria Antonia caen dentro de sí mismos y vuelven a sus soledades.
La experiencia humana fundamental se le convierte a esta mujer en voz fuerte, en gesto, en recuerdo.

“Me quede sola, murieron mis padres, murió el maestro Tarriba; mi esposo Jose Antonio dejó
de bailar conmigo, por circunstancias de su propia carrera; y de esa vivencia surgió mi espectáculo...
surgió Mi Soleá.

El dolor, el quejío flamenco es universal, dice Maria Antonia.
En la aventura interior del hombre doliente todos comulgamos.

La Morris trae a España en los ojos, en las manos, en su sombría cabellera.
“España es dolor, dice, es quejío, pena honda que se siente en el alma.
No he ido a buscar la España de pandereta, sino de raíz.
Aunque esa raíz duela, arranque lágrimas, destroce la garganta”.

Comenzó a estudiar la danza española en Puebla, con Emelda Velasco, alumna de Oscar Tarriba.
Posteriormente se formó al lado de Manolo Vargas. Los años de 1970 y 71 la vieron en España,
en la Sala de Arte Zambra. Baialaba con José Antonio Morales, su marido.
Los trajo a México de regreso Juan Ibañez, para el tablao El Matapecados.

Bailó en la compañía de Pilar López.
Fundó el Ballet Teatro Flamenco y ha realizado coreografías para ópera.

Por los ojos de la Morris se ve pasar la silueta de esa pena sin rostro, envuelta en su manto oscuro,
que llora en los naranjales y montes de Andalucía, que se mira en la luna y que tiende
la desesperanza de sus brazos en cruz hacia la noche inmensa.

Quizá por eso su espectáculo más emblemático sea, sin lugar a dudas, Mi Soleá.

(Maridel García)


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