FLAMENCO EN MEXICO






En el laberinto de esta soledad que es México, la cuestión de la identidad y de las identidades adquiere dolor y hondura en el tema del flamenco.
Hace tantos años que dejamos de ser españoles y que empezamos a buscarnos en nuestro destino americano, que quienes han sentido el dedo de fuego del arte flamenco tocar su hombro se enfrentan a una serie de dolorosas y complejas definiciones.

Desencajados de la metrópoli y huraños hacia esa ciudad madre, ahítos de nieve de nuestros volcanes y del aire altísimo del valle, descendientes de asturianos, gallegos, castellanos, leoneses, andaluces...
pero también nietos de franceses y de ingleses...
pero también y sobre todo tataranietos y herederos de aztecas, otomíes, zapotecas, lacandones, tarahumaras...

Cuánto tiempo, cuántos ritmos, cuánta alegría perdida y cuántos enigmas.

Y el flamenco...

Maridel Garcia


Un intento de temprana arqueología

Los lazos entre la Península Ibérica y México, aunque explican la afició:n flamenca de este lado del Atlántico, no señalan una línea continua tradicional. De un lado al otro del mar, algo parece si no romperse, por lo menos transformarse. Quienes practican el flamenco en México reconocen que la fuente primordial se encuentra en España, en los núcleos andaluces principalmente, y en los reductos madrileños y barceloneses.

Existe en México una fuerte afición que se explica por un lado por genuina herencia y afinidad y por el otro, por el legítimo anhelo de grupos de descendientes directos de andaluces de vincularse con el origen a traves de los códigos del flamenco.

Algo se pierde y algo se gana; se ensayan matices diferentes, se improvisa y se suple. Rastrear las oleadas flamencas en la constitución de la música y el baile folklóricos mexicanos es tarea difícil pues equivaldría a aislar las tonalidades del mar.
Sin embargo, podemos intentar a asomarnos a una minuciosa labor de análisis, aunque sólo obtengamos, por el momento, una o dos de las mUacute;ltiples facetas del fenómeno.



El jarabe tapatío


El charro y la china enfrentados bailando los diversos momentos del popular jarabe son estampa que identifica internacionalmente la mexicanidad.
El jarabe nació en el siglo XIX y coincide con el espíritu independentista y nacionalista de la época. Se le denominó jarabe pues estaba compuesto de diversos sones, así como los jarabes que vendían los farmacéuticos eran mixtura de sustancias diversas.
El son que da inicio al jarabe tiene el ritmo y los desplantes del tanguillo de Cadiz. Siete compases a ritmo de cuatro tiempos con remate, similitud que además se inserta en un baile de galanteo o cortejo –como pudieran ser el propio tanguillo y las sevillanas.

Los diversos zapateados


La influencia del brioso zapateado español en sus sucedáneos veracruzano y yucateco es intensa. Varían y mucho las intenciones corporales. La mujer no levanta los brazos má que para sostener la falda y haldearla, el varón se pone las manos por detrás de la espalda.
Aunque algunos bailes sugieran una anécdota e incluyan cierta tensión –el vaso con agua en la cabeza, el trenzado de un lazo en el suelo- la dimensión dramática inherente a los bailes flamencos está ausente en nuestro folklore mestizo. El virtuosismo de los zapateadores de Veracruz y Yucatán es digno de verse en plazas y portales.

Las primeras décadas del siglo XX


Así como en los escenarios y el cine la dicción española se imponía sobre la pronunciación nacional, el incluir numeros de baile español o el toquecito flamenco era recurso al que se llamaba con fortuna en el cine nacional.
Si Agustiacute;n Lara había cantado con tanta propiedad a Granada, Manuel Esperón desgranó unas hermosas bulerías en piano para que bailara Carmen Sevilla en Gitana tenías que ser.
Si la trama se lo permitía, Cantinflas no dudaba en incluir un espléndido espectáculo flamenco, como ocurrió en El Cartero, pues el genial cómico apreciaba verdaderamente el flamenco y es ya leyenda el hecho de que en su primera visita al Albaicin como turista, prendió billetes de 100 dólares en los peinados de las gitanas.

La época de oro


Los cincuentas y principios de los sesentas fueron años de dispendio y de cosmopolitismo para la Ciudad de México. Empresarios con visión contrataban a artistas andaluces y noche tras noche iban haciendo su flamenco lejos de sus lugares de origen, compartiendo el arte y el pan con los artistas mexicanos con los que coincidieron. Pasaron Sabicas, la gran Carmen Amaya y Lola Flores. En Gitanerías se hacía un flamenco de primera, un concienzudo preámbulo de nostalgias.

(Imágenes: Criolla o El Mantón y El Jarabe Tapatío de Saturnino Herrán)



Vamo' allá!