Errantes
Manú (El Cante Jondo)
En torno a la candela, Shara, a modo de luminaria, colocó trocitos de varetas secas untadas de grasas de animales.
Había transcurrido un año de la muerte de Manú.
Shara decía contar el tiempo con el ábaco de las constelaciones, en el centelleo de las estrellas y su desplazamiento. Afirmaba que, ese día, la tierra en traslación había dado una vuelta completa alrededor del sol:
"A veces oigo el zumbar del Pájaro Negro, el aleteo horrible en aquella noche fosca anunciando su muerte"- dijo.
En verdad que todo parecía confluir con sus aseveraciones, pues, cuando en la tarde Nadir y Asira volvieron del río, muy sorprendidos, dijeron que no habían traído peces porque las aguas bajaban negras, como teņidas, al paso por algún yacimiento de turba, antracitas... A todo asentía la enlutada Shara entendiendo los hechos como premoniciones. La tribu rodeaba el fuego para rememorar al patriarca. Hablaron de su entereza y ecuanimidad, de su sentido del honor, de su hombría de bien. Shara balbuceó con lamento:
"¿Cómo llorar tu muerte
Sin lágrimas, amor, mi desafuero?
De mi pena el plañir ya no es torrente,
Que de tanto llorar, llorar no puedo.
Vueltos mis ojos a tu noche fría,
inmóviles, absurdos de vivir.
A 'Un Debel' le pido que acaben mis días,
Que vivo muriendo sin poder morir.
Cerraste los ojos
y cumplí tu encargo;
me corté la trenza de mi pelo negro
y amarré tus manos".
La voz de Shara, resignada, con ahogos por el dolor, hizo prorrumpir en Nadir estremecedores ayes:
¡Ay, Ay..!
Al arto sielo una queja
le tengo que da.
Que mi pare e mi arma está bajo tierra
pa la eterniá".
También Asira esbozó palabras de amargura:
"Mis brazos quisieran
abrazar tu cuerpo.
A veces soñando los abro, paresito mío,
y tú no estás dentro.
Paresito mío
le pido a 'Un Debel'
que abra esta noche las puertesitas der sielo
pa poderte ver".
Toda la tribu rumoreaba elogios a la persona del patriarca:
"Hidalgo de los caminos
Quijote de sueño en ristre;
adarga de pecho altivo".
La recordación era tan sentida que el hecho parecía acontecido esa misma noche. A intervalos, para el éxtasis de glorificación, arrojaban en la candela ramas de tomillo, albahaca, romero, hierbabuena, sahumerio que ascendía ornado de volutas en melindrosa rogativa. La noche profundizaba las alturas hasta la infinitud, se elongaba como un vientre voraz deglutidor de límites. Parecía que el mundo estuviera en trance de génesis y quedaba remitido al rodar levitatorio en que estaba la tribu. De los abismados cuerpos la queja salía enarmónica, oral en grito, rosigada en las cuerdas vocales por la exasperación. Avanzada la noche unos y otros aludían a su mísera existencia, a las penalidades, al hambre, al ostracismo y persecución:
"Cuando yo estaba en prisiones,
solito me entretenía,
contando los eslabones
que mi caena tenía" (Popular)
Lamento, quejío.
Palabra y canto eran una misma cosa:
"El cante flamenco es el primero que aparece como imitación del grito de los animales y de los infinitos gritos de la materia".
El fuego se arropaba con una leve capa de ceniza, en tanto que el cielo azul señalaba los caminos del miedo y la penuria.
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